The teacher is present

© 2010 Scott Rudd www.scottruddphotography.com scott.rudd@gmail.com

No me interesa en este texto analizar la figura de Marina Abramović. No me interesa analizar su performance The artist is present realizada en el MoMA en el 2010, en la que cerca de setecientas personas se sentaron enfrente de la artista para mirarse a los ojos.

Me interesa realizar un acto de interrogación, jugar con el título y llevarme la pregunta a mi terreno, al terreno de la educación.

Cuando, tras largas horas de colas, logras sentarte delante de Marina y ella te mira a los ojos, el tiempo se suspende, la sincronía espaciotemporal genera un tipo de experiencia muy concreta que relacionamos con lo extraordinario, lo irrepetible y el asombro. Se genera un conocimiento portentoso, fruto de la firme creencia de que lo que estamos viviendo es algo único que nos está transformando, de la creencia de que lo que está ocurriendo es trascendente y excepcional.

Y ahora pensemos en lo que ocurre cuando vamos a clase y el profesor que nos ha tocado nos mira a los ojos. La misma sincronía espaciotemporal, un espacio similar, una experiencia parecida nos conducen al lugar opuesto: al lugar de lo habitual, de lo que se repite y del tedio; a un lugar donde el conocimiento queda en suspenso, fruto de la firme creencia de que lo que ocurre en el aula es inservible.

Cada vez me sorprenden más las similitudes entre las acciones escénicas contemporáneas (las denominadas «artes vivas») y el hecho pedagógico. En ambas experiencias, una comunidad asiste a una sincronía espaciotemporal en la que se comparte el presente. Mirado desde esta óptica, una clase podría ser una performance comunitaria de ocho horas que sucede durante diecisiete años: la escolarización es, probablemente, la performance más larga por la que pasamos a lo largo de nuestra vida.

Y este encuentro sincrónico se parece, extraordinariamente, al hecho escénico contemporáneo. Podemos reconocer al profesor como el anfitrión, y a los estudiantes, como los invitados y testigos, porque convocar espacial y temporalmente a alguien es como invitarle a comer a tu casa: todo lo que diseño como anfitrión está diseñado para él, un testimonio importante que le reconoce e interpela. ¿Cómo puede ser que entendamos hechos tan similares como hechos opuestos? Los elementos que diferencian el hecho escénico del pedagógico son el peso de los imaginarios, la potencia de la desexperiencia, la ausencia de significación y la transformación de los invitados en presos.

Las artes vivas son el circo, las plumas y los elefantes. Asociadas a un show que activa el conjunto de subjetividades que comparto en máxima emoción, despiertan una atención florida que señala algo que está en mí, algo de lo que no quiero escapar, algo por lo que te dejas secuestrar, entendiendo el secuestro como un acto deseado. La educación es el pupitre, la regla y el profesor, entendido como un monstruo cansino, un carcelero que me prohíbe. Ambos imaginarios entran en colisión y nos preparan de manera completamente diferente ante el suceso: la expectativa ante ambos momentos nos sitúa en lugares que nos predisponen y que predefinen lo que va a ocurrir.

El hecho pedagógico se puede resumir en una yincana de ocho a tres de contenidos desconectados entre sí y desconectados de la realidad, lo que genera una vivencia de desexperiencia: Voy con sueño, tengo ética, luego mates, educación física, con las revoluciones subidas me meto a geografía, luego el bocata, luego química, pero, venga, matadme ya, porque ni me interesa, ni entiendo, ni conecto con la realidad ninguna de las cosas que me contáis en clase.

La caja negra podría ser el aula gris, y viceversa. Pero mientras que la primera se reconoce como un espacio de amplificación de la significación, el aula gris es justo lo contrario, es un espacio donde la significación desaparece, porque todos los elementos que generan conocimiento como lo extraordinario, el secreto, la sorpresa, lo inesperado, la incógnita, lo mágico, lo excepcional, el extrañamiento, la ficción, lo retórico y la tensión se quedan fuera, en el linde de la puerta.

Ir a clase es obligatorio, ir a un festival no. Deseo ir al festival, la expectativa se mantiene durante días, me pongo nerviosa cuando activo el botón de pagar, después de añadir el espectáculo a mi cesta de compra. Hablo con mis colegas antes, durante y después del acontecimiento. Me preparo. Lo recuerdo todo sin pestañear. En el aula, en clase, en las extraescolares o en el patio estoy secuestrada. Me duermo, me autotransporto, me aguanto, soporto, resisto, padezco. Solo pienso en no estar allí, en volver a ser una invitada.

¿Cómo generar una experiencia de aprendizaje que no sea de secuestro y que nos lleve al conocimiento? ¿Cómo poner en relación campos profesionales que se han olvidado?

La clave está en cómo es posible que no me haya estudiado Matrix y, sin embargo, me la sepa: me la sé por la supraexperiencia, por la contractura del encuentro que consigue que abandone el simulacro y la farsa. Nadie tiene que aprenderse de memoria Netflix ni HBO, volvamos a repensar la escuela como un lugar escenográfico, donde la desexperiencia se vuelva supraexperiencia, donde recuperemos la potencia de los metarrelatos para construir microrrelatos certeros.

Entender las artes escénicas como metodología y no como contenido puede posibilitarnos romper con el virtuosismo y el cuerpo disciplinado, aumentar el volumen de la narración, dejar de alimentar un imaginario obsoleto, la muerte de la significación y el secuestro, para instalarnos en una posición que nos lleve a preguntarnos: ¿para qué doy esta clase?, ¿para qué monto este festival?, ¿para qué escribo este texto? Si entendemos las piezas escénicas como clases y las clases como piezas escénicas, a los profesores y estudiantes como artistas y a los artistas como educadores, y si dejamos de programar festivales en los que lo educativo está aparte y lo situamos en el centro, iremos socavando la norma, lo disciplinar y el sinsentido para construir ese lugar donde la mirada del profesor que me ha tocado sea la más intensa y la más evocadora.

El texto de este post ha sido realizado en colaboración con Fernando Gandasegui y Javier Cruz en el marco  de la sesión realizada por ellos en la Escuela de Art Thinking 2018

Todas las imágenes de este post menos la primera, son obra del fotógrafo Borja Llobregat durante las sesiones de los colectivos de artes escénicas contemporáneas PlayDramaturgia y Buque Vólido del curso 2017/18 de la Escuela de Art Thinking: http://www.pedagogiasinvisibles.es/proyecto/escuela-de-art-thinking2019/

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