Dopamina, empoderamiento y responsabilidad: sin cambiar la evaluación no cambiaremos la educación
“Si cuando evaluamos es imposible ser objetivos, por lo menos seamos honestos”
Clara Megias
Clara tiene siempre un sueño recurrente, un sueño en el que parece que va a morir y lo único que le preocupa es que no llega al examen que tenía programado. Es tal el nivel de autoexigencia que ha desarrollado desde niña con relación a los exámenes, que en sus peores pesadillas se repite esta angustiosa y terrorífica sensación de tener que llegar a una prueba en la que todos más o menos repetimos el ritual emblemático de la educación bulímica: atracón de datos, vómito y olvido sazonado con grandes dosis de ansiedad, miedo y desazón.
Uno de los problemas centrales de la actual crisis en la que vive lo pedagógico es sin lugar a dudas la problemática de la evaluación, un proceso que se ha vuelto el centro de la educación, lo que desbarata la posibilidad de que alguien aprenda. Tal como expongo en el capítulo cinco de #rEDUvolution, tenemos que aceptar el fracaso de la evaluación como un proceso efectivo: si funcionase no tendríamos los resultados que tenemos en las instituciones formales. Esta es otra razón por la que resulta imprescindible reflexionar sobre cómo, por qué y para qué evaluamos, teniendo en cuenta que lo que entendemos por evaluar, y su principal herramienta, calificar, consisten en representar numéricamente lo que consideramos que ha aprendido un estudiante con el objetivo de legitimar su paso de un nivel a otro. Es una tarea específica de la educación reglada, la cual necesita un apoyo legal para justificar quiénes avanzan y quiénes no. Es decir, la evaluación es una prolongación de los sistemas de legitimación del Estado en la educación: su existencia realmente no tiene que ver con el aprendizaje, tiene que ver con la validación de saberes, con mecanismos artificiales que la sociedad occidental requiere para establecer comparaciones y organizar las clases sociales sirviéndose para ello de la escuela, la universidad y otras instituciones.
Ante esta realidad, ¿qué podemos hacer? La evaluación no debe ser un arma, sino una ayuda, debe ser una herramienta para que el aprendizaje suceda en vez de ser precisamente su freno. Pero, debido a que soy realista y sé que es imposible abolirla, mi propuesta de cambio parte de tres propuestas: la idea de descentrarla (que es exactamente lo que ocurre en los actos educativos no formales donde el aprendizaje sucede sin la obsesión por los resultados cuantitativos); transformarla en investigación y utilizar métodos cualitativos para ejercerla desde la práctica y, por último, aceptar que el paradigma numérico positivista no es más que uno de los sistemas de representación posibles y empezar a crear otras formas de representación del aprendizaje.
Por todas estas razones, en la quinta sesión de la Escuela de Educación Disruptiva que tuvo lugar el pasado 24 de mayo, nos preguntamos, tal como hacen numerosos profesionales preocupados por el cambio de paradigma, si la evaluación mata la educación. Y para ello invitamos a tres agentes que trabajan alrededor de este tema como Sebastián Barajas autor del libro Aprender es hacer o cómo adaptar el sistema educativo al siglo XXI, Carlos González Tardónprofesor de la U-TAD y experto en evaluación gamificada y Lucía Sánchez Madrid, profesora de Educación Plástica y Visual en la Educación Secundaria Obligatoria, quien ha desarrollado un sistema de evaluación completamente disruptivo.
La sesión comenzó con la presentación del tema por mi parte y por parte de Clara Megías(sí, la misma Clara que no podía llegar al examen) de los dispositivos de gamificación de la sesión, diseñados entre Carlos y ella, que consistían en unas brochetas de papel rojo o verde y unas galletas de la suerte. Estos materiales forman parte de la metodología de trabajo de la #EED y funcionan como detonantes que, insertados dentro de la dinámica global, rompen el formato y estimulan la participación.
Fue entonces cuando dio comienzo la primera conversación de la jornada centrada en cuestionarnos la validez de los exámenes y en la propuesta de Sebastián como alternativa a los mismos: la Educación basada en Escenarios de Aprendizaje. Cuando le pregunté a Sebastián si consideraba que la evaluación mata la educación, lo tuvo clarísimo, contestó que sí, y puso dos ejemplos imbatibles para demostrar la ineficacia de los exámenes: ¿seríamos capaces los conductores de la sala de aprobar en este mismo momento el examen que hicimos en su día para sacarnos el carnet? ¿Aprobarían los exámenes puestos por sus compañeros el resto de los profesores de cualquier claustro? Comparto completamente con Sebastián la idea de que los exámenes no sirven para nada o, incluso aún peor, sirven para ejercer ese tipo de pedagogía que intentamos cambiar, ese modelo obsoleto que solo persigue el control, la anticreación de conocimiento y la sumisión intelectual. Como alternativa a la evaluación tradicional, al igual que Roger Schank,propone la Educación basada en Escenarios de Aprendizaje, un sistema de aprendizaje donde se valida el aprender haciendo, incluso en los procesos de evaluación.
Tras la conversación con Sebastián llegó la conversación con Carlos, quien comenzó haciéndonos saltar para demostrar la potencia electrizante del juego, la eficacia de lo disruptivo. Lo primero que le pregunté fue qué significaba el término gamificación a lo que respondió que consiste en obtener la estructura de los videojuegos e insertarla en ámbitos no lúdicos y desde allí vinculamos la gamificación con la evaluación, es decir, trasladamos las dinámicas de juego al espinoso tema que nos ocupa lo que se puede denominar como evaluación gamificada. El discurso de Carlos se basó en tres ideas clave, dopamina, empoderamiento y responsabilidad,esto es, para conseguir que la evaluación realmente conduzca al aprendizaje lo primero (y con esto volvemos a conectar con Francisco Mora y la Neuroeducación), necesitamos cargar el proceso de emoción, electrificarlo.
Necesitamos que, en vez de ansiedad y pesadillas, la evaluación sea entendida como un reto con los niveles de segregación de dopamina que los retos conllevan, es decir, necesitamos reconectar la evaluación con el placer. En segundo lugar, los procesos evaluativos tienen que empoderar al estudiante, teniendo en cuenta que por empoderamientoCarlos sobre todo entiende participación. Ya sabemos que el aburrimiento es el mayor enemigo del aprendizaje y los estudiantes se aburren en nuestras clases porque no les dejamos participar, por lo tanto debemos de incluir mecanismos de participación en la evaluación a partir de los cuales los estudiantes entiendan esta parte del proceso de aprendizaje como una construcción más, en vez de como un proceso completamente ajeno, cerrado, doloroso y absurdo. Y, para terminar, la evaluación ha de estimular la responsabilidad.
Esta idea resulta clave porque en mi experiencia como estudiante siempre he pensado que mis notas poco o nada tenían que ver con mi participación en el proceso, sino que tenían que ver más bien con la suerte que me tocara. Por esta razón, la evaluación del siglo XXI debe de estimular la responsabilidad evidenciando que el aprendizaje es un proceso en el que lo que ocurre es la consecuencia directa de lo que hemos hecho con anterioridad como creadores de conocimiento en vez de un proceso mágico donde todo depende del estado de ánimo del profesor cuando corrige. Carlos ilustró estas tres ideas con su propia práctica docente, completamente cuantitativa, que gamifica a tope y que consigue que sus alumnos salgan del simulacro, aprendan de verdad y encima lleguen superpuntuales a clase.
Para llevar a la práctica las nociones tratadas en las conversaciones de la mañana, después de la comida, tuvo lugar el Taller de Evaluación Creativa diseñado por Lucía Sánchez quien, tras explicarnos el trabajo que está realizando en su práctica docente como profesora de la ESO (que se configura a su vez como el tema principal de su tesis doctoral) y entre otras muchas cosas interesantes (que se pueden disfrutar en los vídeos de la sesión), hizo hincapié en una idea central: la imposibilidad de que cualquier proceso evaluativo sea objetivo. Desde el momento en el que una persona juzga un producto realizado por otra, el inconsciente se vuelve a colar y lo que alguien representaría con un ocho, otro alguien representaría con un cero, siendo las pedagogías invisibles las que en muchos casos nos hacen subir la nota a los estudiantes que nos gustan y bajársela a quienes nos molestan. Debemos poner encima de la mesa esta realidad y empezar a ser honestos.
En el pasillo donde se realizan los talleres nos esperaban seis cajas, seis cajas cerradas que disparaban nuestra expectativa sobre lo que había dentro, ejercían la sorpresa y hacían crecer nuestros niveles de dopamina. Nos dividimos en seis grupos para abrirlas: una de ellas contenía piezas de fieltro, la segunda fichas para hacer un puzle, la tercera pajas de colores, y agua y jabón para hacer pompas, la cuarta marcos de colores y rotuladores, la quinta una libreta de papel y la última, lanas y otros tejidos. Mediante todos esos materiales, los participantes representamos lo que habíamos aprendido en las conversaciones de la mañana sin números y sin letras, dando fe de que no solo se puede representar el aprendizaje de miles de maneras diferentes y a través de muchos lenguajes, sino que los sistemas de representación cualitativos son mucho más complejos y, por lo tanto, mucho más veraces que los sistemas de representación numérica positivista.
Si queremos ejercer el cambio y abandonar un sistema obsoleto que no nos representa, no podemos cambiar el resto de nuestras prácticas sin cambiar también la evaluación. Descentrarla, transformarla mediante diferentes formatos y conseguir empoderar a la comunidad de aprendizaje a través de ella, en vez de ejercer el miedo y el control, es definitivamente uno de los retos que tenemos como profesoras y profesores del siglo XXI. Cambiar los sistemas de evaluación no solo es necesario, sino que es posible. Adelante, podemos.
HOLA MARIA…
ESTOY PREPARANDO LA PROGRAMACIÓN DE ESTE CURSO (SOY PROFESORA DE PLÁSTICA EN SECUNDARIA… Y “JEFECILLA” DE “DEPARTAMENTILLO”, POR ESO ME TENGO QUE PONER CON LA PROGRAMACIÓN)
BUSCANDO LA MANERA DE CAMBIAR LAS COSAS (QUE HASTA HACE BIEN POCO CREÍA QUE ERAN MIS COSAS… Y AHORA VEO QUE SON LAS COSAS DE MUCHÍSIMOS) HE IDO BUCEANDO POR AHÍ Y HE ENCONTRADO TU WEB, LOS CONFERENCIAS QUE TENEIS EN ESPACIO VACÍO SOBRE LA EVALUACIÓN…
EN ESTE MOMENTO, ESA PARTE DE LA PROGRAMACIÓN ES LA QUIE MÁS ME PREOCUPA… PORQUE NO SÉ POR DÓNDE COGERLA, SINCERAMENTE,, Y TE LO DIGO DESDE LA RESPONSABILIDAD Y TODO LO QUE ESTA CONLLEVA.
DESPUÉS DE BUSCAR EL MODO DE QUE LA EVALUACIÓN SEA ALGO ATRACTIVO PARA MI (YO SOY EGOÍSTA: QUIERO PASARLO BIEN EN MI TRABAJO… EN TODO LO QUE HAGO EN EL TRABAJO Y DE MOMENTO TAMBIÉN TENGO QUE “ENJUICIAR” EL PASO DE LOS ALUMNOS POR MIS CLASES) PUES DESPUÉS DE DARLE MUCHISIMAS VUELTAS NO ENCUENTRO EL MODO.
Y AHORA TENGO UNA GRAN CONGOJA… PORQUE ME SIENTO IMPOTENTE Y NO SÉ DAR UN PASO EN ESTO QUE ME RESULTA TAN CASTRANTE COMO HACER UNA PROGRAMACIÓN “BONITA” Y “ASEADA”…
NO SÉ POR DÓNDE TIRAR… VOY A SEGUIR BUCEANDO
Saludos desde Colombia admirada María:
Soy estudiante de 8vo semestre de medicina en Medellín colombia, siempre he participado como representante de los estudiantes promoviendo pequeños Cambios en pro de mejorar procesos pedagógicos y administrativos, leer tu blog ha sido como ver mil ideas y pensamientos que tenía en mi cabeza desorganizados en una idea clara e inspiradora, quisiera conocer más sobre lo que haces y poder aplicar tu modelo en mi facultad y desarrollar estrategias para nuestros docentes. Me encantaría poder aprender sobre sus experiencias, y si es posible, conocer algún docente de su equipo que este en la rama de la medicina. Soy un convencido de que el modelo educativo tradicional debe evolucionar y que somos los jóvenes quienes hoy tenemos que abrirle la mente a los más conservadores. Por ahora seguiré leyendo tu blog y desde el nuevo continente te envió mucha fuerza para que sigas con tu obsesión!
Estuve en el taller de pensamiento creativo en NC lab en Bogotá, soy artista plástica y en el colegio de mis hijas cuando hay semanas artísticas me llaman para hacer algo. Después del curso mi manera de ver la educación cambió y quedé muy curiosa por aprender a enseñar de una manera mas responsable cuando me invitan. No soy profesora, pero me encanta interactuar con los niños y siempre me invento talleres que tienen un enfoque al que viví en NC lab.
Quisiera saber si hacen cursos de pensamiento creativo, quisiera aprender más, quien sabe si pueda viajar, podría ser.
Saludos
Ana Devis
Mil gracias por vuestra inspiración! Me hace seguir adelante y sentir que de verdad formo parte de una transformación que va más allá de la sensación de soledad que a veces se mezcla en el camino “disruptivo” e “invisible”.
Me encantaría recibir información sobre cursos, charlas o talleres.
Gracias, de nuevo,
Catalina